Una cola, que se perdía en la Av. Arenales, esperaba impaciente en la puerta principal del espacio cultural el inicio de la proyección del primer corto grabado en la selva peruana, con actores no profesionales y con financiamiento netamente local. El inicio del evento se hizo esperar por casi 30 minutos, que se extendieron, además, porque dentro del local también se preparaba otra inauguración paralela a la reunión cinematográfica.
Ya ubicados en el auditorio, que se copó en pocos minutos de personas de todas las edades, se dio inicio a la presentación de la obra con las palabras del director Dorian Fernández, que, recalcó la importancia que tenía para él “colaborar con un grano de arena en el cine provincial, además de poder, con este primer paso, instaurar una industria de cine amazónico.
Chullachaqui, en la versión de Fernández, cuenta la historia de siete alumnos universitarios que deben internarse en la selva con el objetivo de recolectar muestras para su trabajo final de biología. A partir de este viaje, y de manera muy rápida, el desarrollo de la historia dará cuenta de las contínuas desapariciones de los protagonistas.
Fernández, publicista de profesión, acierta dentro de su trabajo de ficción en dos cosas: la fotografía, sobresaliente en los planos generales e iniciales que desarrollan un clip turístico dentro del relato; y en los efectos sonoros, sobre todo en los momentos de tensión donde el ser sobrenatural se apodera de las víctimas. Sin embargo, las falencias a nivel actoral y la rapidez, sin descansos, con la que suceden los hechos hacen que el corto no llegue a colmar las expectativas que suscita el inicio con el logrado primer plano de la falsa entrevista a un lugareño (representado por el mismo Rubén Manrique, quien se desempeñó además como director artístico del corto).
Despúes de la presentación del making of, un video deficiente, lleno de retazos jocosos más que información, se dio pie a la ronda de preguntas donde abundaron las interrogantes y las felicitaciones con un marcado tema en común (más allá de las típicas preguntas estilo conferencia de prensa) el compromiso de fidelidad con el personaje de la historia tradicional y mitológica; o la generación de un nuevo personaje a partir de la creación personal y la aprehensión de características específicas del ser mitológico.
Todas estas cuestiones, tomando como punto de partida la representación del Chullachaqui de Fernández, donde llama la atención la particularidad que tiene este ser mítico de matar; cosa que tradicionalmente no hace, ya que en casi todas las versiones del mito el ser imaginario del Chullachaqui sólo posee la destreza de confundir a las personas, de desorientarlas. Es así que, en opinión de algunos asistentes al evento, el director loretano rompe y transgrede la esencia del mito para convertir la leyenda en una historia de terror, un simple género cinematográfico, traicionando así la larga cadena oral de la que el cuento nace, convirtiéndolo ya no en un personaje particular, sino en un mounstruo de terror hollywoodense. Otras voces defendieron el derecho del director de ficcionar y usar un mito amazónico para crear una historia propia, el mismo Fernández señaló que en los créditos de inicio se cuidó de colocar un cartel con la frase: “inspirada en una leyenda amazónica”.
Opiniones que no sólo interesan en esta obra, sino también en las obras de mitos bastante difundidos en el colectivo popular de cada región del país y que han sido retratadas en la pantalla grande por directores como Nilo Inga (El Tunche), Henry Vallejo (El misterio del Kharishiri) o Palito Ortega y Mélinton Eusebio (Jarjacha: el demonio del incesto). La pregunta sigue en el aire: ¿se deforma y transgrede la visión colectiva de una tradición popular o se renueva y enriquece con la visión artística de cada uno de los directores que recurren a estos relatos para generar sus guiones cinematográficos, sus películas de terror comercial?
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